“Los
seres intocables”, que buscó su título entre las páginas de La
barbarie de la ignorancia
de G. Steiner, está dedicado a Miguel Morata, el librero de la
Primado, pulmón de resistencias en la ciudad de Valencia.
El
poema apareció por primera vez recogido al final de un artículo de
María Ángeles Maeso (“Una literatura para la crisis”), en el
número 13 de «Youkali»,
revista crítica de las artes y del pensamiento (Tierradenadie
ediciones, Madrid, julio de 2012). Más tarde se publicaría en el nº
6 de la revista «Kokoro»
(febrero de 2014), en el monográfico nº 81 del Aula Literaria de la
AEEX (Mérida, 2014) y en Fugitivos:
antología de la poesía española contemporánea
(México DF - Madrid, 2016). Un diálogo advertido ya en julio de
2013 por A. García-Teresa podría haberlo dejado abrazado al poema
"Dos momentos..." de mi hermano Jorge Riechmann (Pablo
Neruda y una familia de lobos).
El poema fue traducido al alemán por Timo Berger con ocasión de su
recitado en la Puerta de Brandemburgo durante el acto organizado por
la Unesco para el Día Mundial de la Poesía y celebrado en Berlín
en marzo de 2015.
LOS SERES
INTOCABLES
Jorge Semprún leía a Paul Valèry en el campo de concentración de
Buchenwald
(y era en las letrinas
donde él y sus compañeros recitaban
también a Heine, juntos a coro,
cuando en los domingos santos de las letrinas
los hombres eran siempre menos vigilados)
En el mayor campo de concentración para mujeres en territorio
alemán, Vlasta Kladivova recopilaba poemas y poemas
(que su amiga Vera ilustraba,
antes de guardarlos bajo su litera,
con tinta de colores sustraída
de los barracones de los oficiales)
En el campo Uno de Gusen, entre descanso y descanso, el poeta
Jean Cayrol escribía su Canto a la esperanza sobre una tabla
de madera a modo de mesa
(lázaro
recuperado a la vida
por la acción de Johann Gruber, aquel sacerdote
con identificación 43.050
que sería después torturado,
durante tres días seguidos,
antes de morir en manos de las SS)
Primo Levi recitaba el Canto de Ulises según Dante, acompañando
a su amigo en la fila de sopa
(y Jean Samuel
se preguntaba por qué en el Lager de Auschwitz
había irrumpido
–precisamente–
aquel pasaje del Inferno)
Jozef Czapski impartía conferencias sobre Proust en los refectorios
del campo de prisioneros de Griazowietz
(esas horas felices
que, según él,
aliviaban la herida colectiva
tras la matanza en el bosque de Katýn)
En los diversos kommandos asociados al campo de Mauthausen, el
catalán Joaquim Amat escribía sus poemas en papel de sacos
de cemento
(él los escondía,
durante largas temporadas,
en los almacenes
y también bajo sus ropas)
Tatiana Gnedich repasaba de cabeza, en la oscuridad del presidio,
aquellos miles de versos de Byron, que ella se sabía de memoria
(su carcelero quedó conmovido
tras escucharla recitar esos poemas vertidos al ruso,
y retrasó en dos años su traslado
a un gulag de Siberia,
donde habría de pasar 124 meses
perfeccionando aún más,
y siempre de cabeza,
su traducción del Don Juan,
texto que dictaría –una vez libre–
después de haberse quedado
literalmente ciega).
Tengámoslo presente (nosotros,
que aún no escribimos en un campo de concentración):
En las letrinas
En las literas
En las mesas de tabla
En las paradas de sopa
En los comedores
En los sacos sustraídos de los almacenes
En la garita desde donde os aguarda
la impaciencia de cada vigilante:
seres intocables, palabras y versos.